Una leyenda...
La luz mala es uno de los mitos más famosos de los folclores de
Argentina. Algunos le decían la leyenda de la luz buena, también conocida como el fantasma dentro del farol. Consiste en la aparición nocturna de una luz brillante que flota a poca altura del
suelo. Esta puede permanecer inmóvil, desplazarse, o en algunos relatos, perseguir a gran velocidad al aterrorizado observador. Muchas veces aparece a una distancia cercana al horizonte.
Estas manifestaciones son muy temidas, "la leyenda de la luz mala" o también llamada "la leyenda de la luz buena (preferible)" ya que se identifica comúnmente a la luz mala como un «alma en
pena», el espíritu de un difunto que no recibió sepultura cristiana. Ante un encuentro, se recomendaba popularmente decir una oración y luego morder la vaina del cuchillo; como último recurso, se
las debía enfrentar con un arma blanca, ya que las armas de fuego resultaban inefectivas.
En el noroeste argentino también se le da el nombre de luz mala al «farol de mandinga», fosforescencia que suele verse en cerros y quebradas durante los meses más secos, después de ponerse el
Sol. Se asegura que el farol de Mandinga aparece en lugares en los que hay enterrados tesoros de oro y plata, y que la luz es el espíritu del antiguo dueño tratando de alejar del lugar a los
extraños. La tradición dice que el 24 de agosto (día de San Bartolomé) estas luces son más brillantes por influencia del Satanás, ya que es el único día del año en que este se libra de la
vigilancia de los ángeles, y aprovecha para atraer las almas.
Generalmente nadie cava donde sale la luz por el miedo que la superstición les ha producido. Los pocos que observan bajo la luz siempre han encontrado objetos metálicos o alfarería indígena. Ésta
al ser destapada se dice que despide un gas a veces mortal para el hombre, por lo que los lugareños aconsejan tomar mucho aire antes de abrir el objeto encontrado, o hacerlo cubriendo nariz y
boca con un pullo (manta gruesa de lana) o con un poncho.
Cuenta Hipólito Marcial Rojas que: «La luz blanca que aparece en la falda del cerro es buena, donde entra hay que clavar un puñal y al otro día ir a cavar(...) va a encontrar oro y plata. De la
luz roja huyan o recen el Rosario, se dice que es luz mala, tentación del diablo
La leyenda del Palo Borracho al contrario de lo que se puede suponer por la
forma del árbol, el hombre criado en la selva cree que éste representa el cuerpo de una mujer cuyo cuerpo se fue formando en tres períodos de vida: la juventud, en la que el árbol muestra su
tronco con la esbeltez; el de la plenitud, en el que el mismo muestra las formas de la mujer en su vigor espiritual y físico, y la vejez, en la que el árbol
muestra las formas maduras de la matrona, reposada. Por esto a este extraño árbol, con forma de botella, ciertas tribus de la zona del río Pilcomayo, lo llaman “Mujer” o “Madre pegada a la
tierra” .
La leyenda cuenta que en una antigua tribu de la selva, vivía una jovencita muy bonita, a la cual codiciaban todos los hombres. Pero ella sólo amaba
a un gran guerrero. Y se enamoraron profundamente. Hasta que cierto día la tribu entró en guerra. Él partió a la contienda y ella quedó sola prometiéndole amor eterno. Pasó mucho tiempo y los
guerreros no volvían. Sólo mucho tiempo después, se supo que ya no lo harían.
Perdido su amor, la joven cerró todo sentimiento pues la herida abierta en su corazón ya no podría sanar. Se negó a todo pretendiente. Una tarde se
internó en la selva, entristecida, para dejarse morir, y así la encontraron unos cazadores que andaban por allí, muerta en medio de unos yuyales. Al querer alzarla para llevar el cuerpo al
pueblo, notaron, asombrados que de sus brazos comenzaron a crecer ramas y que su cabeza se doblaba hacia el tronco. De sus dedos florecieron flores blancas. Los indios salieron aterrados hacia la
aldea.
Unos días después, se internaron los cazadores y un grupo más al interior de la selva y encontraron a la joven, que nada tenía de muchacha, sino que
era un robusto árbol cuyas flores blancas se habían tornado rosas. Comentan que esas flores blancas lo eran por las lágrimas de la india derramadas por la partida de su amado y que se tornaban
rosas por la sangre derramada por el valiente guerrero.
“
Hace ya mucho tiempo los fértiles valles de la cordillera estaban ocupados por tribus mapuches. Painemilla (oro azul), era un cacique altanero y violento que pretendía imponer su dominio sobre todas las tribus vecinas. Los que no se le sometían eran sus enemigos irreconciliables y con ellos mantenía frecuentes guerras.
Tal era el caso de Huenumán (cóndor del cielo), quien no se doblegaba a las pretensiones de su vecino y seguía luchando por su independencia y autonomía. Un antiguo rencor separaba a ambos jefes de sus súbditos. Pero la flor del amor brota también en lugares inhóspitos como los pehuenes entre las rocas. Así sucedió que Millaray (flor de oro), la joven hija de Painemilla, se enamoró locamente de Ñancumil (aguilucho de oro), hijo precisamente de su enemigo, el cacique Huenumán. Se vieron muchas veces a escondidas por temor al odio entre sus padres. En cierta ocasión, toda la tribu de Painemilla estaba reunida celebrando un Nguillatún en una gran explanada. Durante la noche todos dormían menos la machi que velaba junto al rehue (altar), cuidando la sangre del animal sacrificado. De pronto, un graznido potente rompió el silencio nocturno: era el Pun Triuque (chimango de la noche) quien con su grito de alerta presagia desgracias. La machi se estremeció y escuchó atentamente cualquier ruido que pudiera delatar el suceso anunciado por el pájaro agorero. Miró atentamente a su alrededor escudriñando a través de las tinieblas. Un ruido sospechoso hizo que enfocara hacia allá su mirada observando cómo sigilosamente escapaban entre las sombras dos jóvenes que alcanzó a reconocer: eran Millaray y el hijo del enemigo tomados de la mano. La machi quedó perpleja y decidió consultar con el pillán, o deidad de su devoción, cómo proceder en estas circunstancia. –“¿Debo o no avisar al padre de la niña?” –“Sí” – le contestó el pillán. Inmediatamente corrió al toldo del cacique y delató la fuga de su hija. Al salir se sobresaltó de nuevo. ¡Oh desgracia! Por segunda vez escuchó el alarmante grito del Pun Triuque. Painemilla muy enojado ordenó la persecución y captura de los muchachos. Al poco rato fueron apresados y traídos ante la presencia del cacique. Inmediatamente fueron juzgados y condenados a muerte. De nada les sirvió explicarles que querían casarse respetando todos los rituales y costumbres de la tribu y que nada malo les hacían a los demás. El no participar del odio al enemigo era para ellos un gran delito. Inmediatamente se dispusieron a ejecutar la sentencia y por tercera vez se escuchó el afligido y doliente grito del Pun Triuque. Ya nadie lo escuchó. Ambos jóvenes fueron atados a un poste y con lanzas y machetes, entre gritos e insultos les dieron la más cruel de las muertes. Abandonaron los cuerpos ya sin vida colgando del palo y se retiraron a sus toldos.
A la mañana siguiente una sorprendente maravilla esperaba a los verdugos de esta inocente pareja de enamorados. En el mismo lugar donde estaban los cuerpos de los jóvenes habían nacido unas hermosas flores nunca vistas hasta entonces. Parecidas a las margaritas, tenían largos pétalos anaranjados y se abrazaban al poste del sacrificio igual que una enredadera, como se abrazaban los enamorados. -¡Quiñilhue, Quiñilhue! –gritaron admirados los primeros que las vieron. Todos fueron a ver al prodigio y no salían de su asombro. Avergonzados y arrepentidos, los mapuches empezaron a venerar esa flor llamada mutisia por los blancos que desconocen su origen, y desde entonces le dicen Quiñilhue como los primeros que la vieron. Las almas de los jóvenes amparadas por el Futa Chao (padre grande) en el país del cielo, se amarán por siempre, mientras esa delicada flor de pétalos dorados nos recuerda su martirio dado por hombres injustos
La Ciudad Desaparecida de Esteco.
Leyenda de Salta
Cuentan aquellos que conservan antiguas memorias, que tiempo atrás existía una
bellísima ciudad llamada Nuestra Señora de Talavera de Esteco, que es ahora desaparecida, y maldita la zona en que se ocultan sus restos.
Antes de narrar lo mucho que se dice de su desaparición, sepamos cómo era esa curiosa ciudad.
La ciudad fue fundada, según algunos, por Alonso de Rivera en 1609. Cuentan que por ser paso obligado en la ruta que llevaba el tráfico de metales
preciosos, alimentos, ganado y esclavos entre el Alto Perú y el Río de la Plata, la ciudad se enriqueció rápidamente, al punto que sus pobladores cayeron en la soberbia, la codicia y la
ostentación. (Hay quienes aseguran que parte de tanta riqueza provenía de yacimientos secretos que hasta hoy permanecen ocultos).
Todo brillaba con el fulgor del oro y la plata, incluso las herraduras, monturas y estribos de los caballos. Sus habitantes, embelesados con sus
magníficas riquezas poco valor le daban a todo lo que no fuese satisfacción del lujo, ignorando a los pobres que habitaban en las cercanías y abusando cruelmente de los indios
esclavizados.
A causa de tanta abundancia la ciudad cobró importancia política, religiosa y comercial lo que, como suele suceder, despertó mezquinos intereses y
luchas de poder, que más allá de las muchas leyendas y mitos sobre la catástrofe que sobre ella acaeció, posiblemente tuviesen mucho que ver en su repentina destrucción.
Como bien se sabe la abundancia lleva a la vanidad, la vanidad a la lujuria y el desenfreno, así al parecer sucedió con la ciudad alarmando a curas
y obispos, al punto que el obispo fray Melchor Maldonado de Saavedra presentó una querella ante la Audiencia de Charcas denunciando la depravación y acusando al pueblo de pactos con el maligno y
hechicerías varias.
Sucedió entonces, según consta en algunos anales, que el 13 de septiembre de 1692 la ciudad entera desapareció. Según unos a causa de un terremoto,
según otros por el fuego, o el ataque de un malón, aunque son muchas las voces que cuentan que un día apareció por la ciudad un humilde anciano predicador advirtiendo que de no modificar la
conducta todos perecerían. Nadie le dio alimento ni socorro, salvo una mujer muy pobre que tenía un niño recién nacido. Al ver tanta altanería y ser objeto de burla sus palabras, el anciano
advirtió a la buena mujer que al día siguiente la ciudad sería destruida por un violento estallido de fuego seguido de un terremoto, y para ella salvarse debía alejarse con su hijo sin mirar
atrás escuchase lo que escuchase.
La mujer al amanecer tomó al niño en brazos y emprendió el camino, pero ¡ay!, al oír el estruendo y los gritos aterrados no pudo evitar voltearse a
mirar, y en el mismo instante quedaron ella y el niño convertidos en piedra.
Dicen que de la ciudad no quedó nada, salvo almas en pena que acechan en la zona a quien se atreva a acercarse, y la mujer con su niño ahora
convertidos en piedra. Afirman muchos que la mujer cada año da un paso hacia salta, sitio al que ha de llegar un día. Y será ese mismo día que el mundo llegará a su fin.
La leyenda del crespin, es una de las leyendas argentinas quizás mas conocidas
pero a la vez atrapante. Quizás sea por el canto extraño que tiene esta ave, que suele habitar en el norte argentino, especialmente en los montes santiagueños, y es inevitable no evocar la
leyenda y su recuerdo cada vez que salimos a andar por esos caminos.
Leyenda del Crespín
Cuenta la leyenda, que hace un tiempo atrás, había un matrimonio de campesinos que se dedicaban a labrar y cultivar la
tierra para poder vivir. Pero mientras el hombre era trabajador, paciente y resignado, la mujer era haragana, despreocupada, y tenía una gran fascinación por el baile.
Un año en que la cosecha era más abundante que nunca, Crespín sesgaba su trigo bajo el sol de verano, trabajando más horas de las que podía resistir un hombre, debiendo hacerlo todo el solo, pues
su mujer estaba muy ocupada bailando.
Un día se enfermó y solicitó a su mujer que fuera al pueblo cercano a traerle medicamentos y le recomendó que volviera pronto pues necesitaba sanar lo antes posible para continuar la cosecha. La
mujer fue hacia el pueblo y se encontró que en uno de los ranchos del camino estaban de fiesta, se acercó para descansar un rato, pero se fue dejando ganar por la alegría y comenzó a cantar y
bailar. El chipá, los chamamés y polcas despertaron en ella su aficción de siempre y se entregó a la diversión ciegamente.
Cuando más entretenida estaba, la vinieron a llamar, pues su marido se había agravado y reclamaba la presencia de ella, pero lejos de correr en presencia de su moribundo marido, dijo que la vida
era corta para divertirse y larga para sufrir. Lo mismo respondió al segundo y tercer día que la vinieron a buscar y avisarle que su marido se moría, y cuando finalmente le avisaron que ya había
muerto, no dio importancia y siguió bailando.
Unos vecinos piadosos y condolidos de la suerte del pobre Crespín, lo velaron y enterraron sin que la mujer interviniera para nada, pues estaba ocupada en divertirse.
Finalmente, pasados varios días y cuando ya la diversión finalizaba, regreso la mujer a su hogar y se encontró en la más terrible soledad. Lloró y sufrió su pena, y durante varios días y noches
deambuló por los campos, llamando a su marido. Enloquecida de dolor, le pidió a Dios que le diera alas para proseguir su búsqueda, y Dios la convirtió en ave.
Desde entonces, es el pájaro huraño y solitario que en las épocas de las cosechas llama a su compañero con dolido acento: crespín…crespín.
Leyenda del
Uritorco
Capilla del Monte es una ciudad y municipio argentino del
departamento Punilla, Provincia de Córdoba, a 109 km de la ciudad de Córdoba, su principal atractivo es el enigmatico Cerro Uritorco, conocido por prácticas esotéricas frecuentes y, en décadas
pasadas, por los avistajes de OVNIs referidos por locales y turistas. Pero para los antiguos pueblos fue una montaña sagrada (por ejemplo los comechingones), también la zona que habitaban los nativos el Cerro Minas, Los Terrones,
Cerro Colchiquin, Ongamira; cultura nativa y parte de los pobladores llamada comunidad Ongamira”, y en torno a estos bellos paisajes existe una leyenda, que atrapa por su historia de amor.
En otros tiempos, vivía en estas tierras un nativo joven y fuerte, víctima del enamoramiento hacia la hermosa hija de un hechicero. La muchacha correspondía este sentimiento, pero el viejo chamán
guardaba a su descendiente como la más preciosa posesión, por lo que jamás aprobó dicha relación. Los jóvenes, sin embargo, se dieron a la fuga, huyendo del padre transformado por sus poderes en
una presencia demoníaca lanzada en persecución de los enamorados.
Tras un largo escape, ambos fueron alcanzados y recibieron la impiadosa condena del hechicero. él debió tomar la forma de un cerro, mientras que ella fue transformada en un río cuya naciente
tiene lugar en la mismísima montaña. Así, el otrora joven Uritorco se ve día tras día obligado a soportar sobre su cuerpo el llanto constante de su amada Calabalumba recordándole para toda la
eternidad el precio de su amor prohibido
Leyenda del Puente del Inca, Mendoza
Cuenta la leyenda que hace muchísimos años, el heredero del
trono del imperio inca se debatía entre la vida y la muerte, siendo víctima de una extraña y misteriosa enfermedad. Las plegarias, rezos y recursos de los hechiceros nada lograban y se
desesperaban por no poder devolverle la salud. El pueblo amaba intensa y entrañablemente a su príncipe, invocaba a sus dioses y realizaba sacrificios en su honor. Fueron convocados los más grandes sabios del reino, quienes
afirmaron que sólo podría sanarlo el maravilloso poder del agua de una vertiente, ubicada en una lejana comarca.
Los habitantes partieron en numerosa caravana, vencieron infinidad de dificultades, marcharon durante meses en que veían agotadas sus fuerzas, y un día se detuvieron ante una profunda quebrada,
en cuyo fondo corrían las aguas de un río tempestuoso. En el lado opuesto, estaba el codiciado manantial, pero… ¿cómo hacer para llegar a ese inaccesible lugar?
Meditaron durante mucho tiempo, tratando de buscar una forma de arribar hasta las milagrosas aguas, pero todo fue en vano. Cuando ya la desesperación los dominaba, aconteció un hecho
extraordinario: de pronto se oscureció el cielo, tembló el piso granítico y vieron caer, desde las altas cimas, enormes moles de piedra que producían un estrépito aterrador.
Pasado el estruendo y más calmados los ánimos, los indígenas divisaron asombrados, un puente que les permitía llegar sin dificultades hasta la fuente maravillosa. Transportaron hacia ella al
príncipe, quien bebió de sus aguas y muy pronto recuperó la salud.
La omnipotencia del dios Inti, el sol, y de Mama?Quilla, la luna, habían realizado el milagro.
Así surgió, según la leyenda, ese arco monumental de piedra que recibió el nombre de Puente del Inca, que se levanta custodiado por el Aconcagua, rodeado por la imponente belleza de los
Ande
La hermosa Leyenda del Calafate
El Calafate es un fruto pequeño y morado, que nace de un arbusto espinoso que
lleva el mismo nombre. Es nativo del sur de Argentina y Chile y se lo considera el emblema de la Patagonia.
En el folclore argentino encontramos varias historias, mitos y
leyendas nacidas del seno mismo de los pueblos originarios que habitaban el territorio. Historias donde se mezclan seres mitológicos, chamanes, amor, guerras y fantasía.
La Patagonia, antes de ser el increíble atractivo turístico y natural que es hoy en día, fue el hogar de muchas comunidades, entre ellas los tehuelches y los selknam (onas). Estos son los
protagonistas de la leyenda que se esconde detrás del conocido refrán que cita: “Si pruebas el Calafate, siempre vuelves a la Patagonia“.
La leyenda cuenta que Calafate era el nombre de la hija preciada del Jefe de un tribu tehuelche. La joven tehuelche era una mujer preciosa, de llamativos ojos color miel y era querida y respetada
por los integrantes de la comunidad.
Cierto día arribó al clan un joven selknam. Los tehuelches solían despreciar a los selknam, pero este muchacho de 18 años cumplía con el ritual de iniciación impuesto por su tribu y debía
permanecer entre los tehuelches para superar las pruebas.
En el instante que la joven Calafate y el joven selknam se vieron, nació entre ellos el más puro y sincero amor. Mientras el joven realizaba sus pruebas, aislado en la choza ceremonial, Calafate
se escapaba de la mirada protectora de su padre para ir a su encuentro.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta el Jefe de los tehuelches descubriera este inocente amor entre los jóvenes. Las costumbres y los códigos entre ambas comunidades impedían al Jefe tehuelche
hacerle daño al joven selknam o echarlo, pero de ninguna manera aceptaría la relación entre ellos.
El jefe prohibió a Calafate seguir viendo al joven selknam y, aunque siempre había sido obediente ante las ordenes de su padre, el amor de estos jóvenes los llevó a planear escaparse juntos de la
comunidad. Y así una noche, ambos dejaron juntos el asentamiento y huyeron a través de la estepa patagónica hacia Onaisin, donde podrían vivir juntos.
Cuando el Jefe tehuelche descubrió que su hija se había fugado, entró en cólera y enfurecido recurrió a la chaman de la tribu. La sabia anciana le advirtió al jefe que no podría hacer nada para
destruir el amor entre su hija y el ona, pero que podría separarlos para siempre.
Es así como la chaman transformó a la joven Calafate, mediante su magia, en un arbusto bajo de filosas espinas. La chaman permitió que cada primavera, el Calafate pudiera florecer, abriendo sus
pequeñas flores doradas como los ojos de la joven tehuelche, para que pudiera contemplar las tierras donde vivió.
La leyenda cuenta que cuando el joven selknam notó la ausencia de su amada, recorrió incansablemente durante meses la estepa patagónica buscándola. Finalmente, exhausto y sumido en pena, pidió
ayuda a los espíritus que conmovidos por la fuerza del joven, lo transformaron en una pequeña ave para que pudiera continuar con su búsqueda.
El joven selknam convertido en pájaro recorrió las extensas llanuras hasta que finalmente un día se posó en un arbusto con hermosas flores amarillas y al probar de sus frutos morados descubrió en
ellos la misma dulzura con la que lo trataba Calafate y reconoció inmediatamente a su amor.
Los jóvenes enamorados lograron reencontrarse y de esta leyenda nace el mito de que si pruebas el Calafate volverás a él
La leyenda de la Umita.
La umita, es una historia que suele contarse en el noroeste argentino. La
palabra Uma se utiliza en el quichua para referirse a la cabeza, quizás de ahí, que umita no sea ni mas ni menos que el diminutivo, ya que, precisamente la leyenda se basa en una cabeza de
hombre, que flota por los aires, dando sustos con su aspecto, una enorme cabellera, ojos saltones y una gran dentadura, llorando y gimiendo en las
noches.
Cuenta la leyenda, que hace mucho tiempo, una de las tantas tribus que habitaban nuestras tierras, fueron atacadas por malones que degollaron a todos, sin
discriminar hombres de niños. Fué así, que uno de los niños, elegido por la madretierra, al rodar su cabeza por el suelo, esta hecho raíces para que pueda vengarse y perseguir a los protagonistas
de dicha barbarie.
Anduvo por los caminos, quejandose llorosamente, hasta que los encontró y con su enorme cabellera los asfixió, a uno por uno.
Desde entonces se cuenta que la umita suele aparecerse para guiar o proteger a las buenas personas del peligro que pueda acecharles.
Suele encontrarse en viejas taperas, ranchos abandonados, en lugares solitarias, por las noches, en busca de contar su queja, en especial a los viajeros, que lo
único que hacen es espantarse, obviamente, ante dicho espectáculo.
Hay muchos casos de personas que la han escuchado, quejarse en pleno monte, o escucharla llorar, acompañada de un aire sigiloso y extraño, dando al cuerpo una
enorme sensación de escalofríos que le recorre todo el cuerpo, pero por supuesto, no hay tiempo de análisis sino de correr.
Por otro lado, está el caso de quienes cuentan que se hacen acompañar por la umita, en esas noches muy oscuras, para sentirse protegidas del
peligro, pero es solo algo para valientes
NAIPÍ y TAROBÁ: La
Leyenda
Cuenta la leyenda que, en el comienzo de los tiempos, habitaba el río Iguazú
una enorme y monstruosa serpiente, un dios guardián hijo de Tupá, cuyo nombre era Mboí (víbora en idioma guaraní). Los Caigangues -tribu de guaraníes de la región- debían, una vez por año,
sacrificar a una bella doncella y entregársela a Mboí, arrojándola al río, que por ese entonces circulaba mansamente. Para la
ceremonia se invitaba a todas las tribus guaraníes, aún a las más alejadas. Fue así que llegó, al frente de su tribu, un joven cacique cuyo nombre era Tarobá. Al conocer a Naipí, la hermosa
doncella que ese año estaba consagrada al sacrificio, se rebeló contra los ancianos de la tribu y en vano intentó convencerlos de que no sacrificaran a Naipí. Ante la negación de los ancianos y
para salvar a su amor de tan cruel destino, sólo pensó en raptarla y la noche anterior al sacrificio cargó a Naipí en su canoa e intentó escapar por el río. Pero Mboí, que se había enterado de
esto, se puso furioso y su furia fue tal que, encorvando su lomo, partió el curso del río formando las Cataratas, atrapando a Tarobá y a Naipí. Cubiertos por las aguas Cubiertos por las aguas, la
embarcación y los fugitivos cayeron de una gran altura, desapareciendo para siempre. Pero, temiendo Mboí que el amor de los jóvenes los uniera en el más allá, decidió separarlos para siempre.
Naipí fué transformada en una de las rocas centrales de las Cataratas, perpetuamente castigada por las aguas revueltas, y Tarobá fué convertido en una palmera situada a la orilla de un abismo,
inclinada sobre la garganta del río. Luego de provocar todo este estrago, Mboí se sumergió en la Garganta del Diablo, desde donde vigila a los amantes, impidiendo que vuelvan a unirse. Sin
embargo en días de sol y como un puente de amor, el arco iris supera el poder de Mboí uniendo nuevamente a Naipí y Tarobá.
Leyenda
El Pombero o Pomberito es un duende de la mitología guaraní, que
habita en los bosques del noreste de nuestro país (Misiones, Corrientes, Entre Ríos), y se ha ganado el respeto de los habitantes de la región. Su nombre en guaraní es “Cuarahú-Yara”, que
significa “Dueño del Sol”, y es el duende protector de la naturaleza, encargado de castigar a aquellos que dañan los árboles o los animales. Tiene el aspecto de un viejo feo, alto, flaco y muy peludo, aunque algunos aseguran que es petiso y
gordo.
El Pombero puede ser travieso, malvado y hasta amigo del hombre, según cómo se lo trate. Se dice que para ganarse su amistad, hay que dejarle ofrendas por la noche como tabaco, miel o caña.
Entonces, se le puede pedir que cuide los cultivos y los animales y que traiga abundancia, y el Pombero será su amigo, los protegerá y acompañará en sus dificultades. Pero si olvidan la ofrenda
que deben mantener por 30 noches seguidas, el Pombero enojado realiza maldades en el hogar y será su enemigo. Estará siempre vigilando y si un cazador o pescador mata más animales de los que
consumirá o un leñador corta más madera de la que va a utilizar, se desata la furia del duende y su castigo puede ser muy cruel.
También protege a las aves, puede transformarse en árbol para tenerlas entre sus ramas y se comunica con ellas silbando.
A este duende le gusta cazar niños y se dice que suele raptarlos y chuparles la sangre si los encuentra haciendo travesuras, sobre todo si le están haciendo daño a algún animalito. Por eso,
durante la hora de la siesta, los niños que no quieren dormir son advertidos por sus madres de que tienen que quedarse cerca de la casa, porque el Pombero suele rondar a estas horas buscando
niños. También le gustan las mujeres y se dice que ha llegado a raptarlas, violarlas y hasta dejarlas embarazadas. Castiga de esta manera a las esposas infieles y a las jóvenes que han crecido
sin ser bautizadas. Sin embargo, puede ser un duende sensible y enamorarse de una mujer embarazada de una niña, acompañarla y protegerla.
Es además muy travieso, gusta de abrir puertas y ventanas con violencia, tirar piedras o mover cosas, hacerse invisible sólo para molestar a las personas. Se dice que nunca debe pronunciarse su
nombre en voz alta, burlarse de él o silbar durante la noche, porque ésto también lo enfurece y con un solo roce de sus manos peludas puede producir mudez, temblores o confusión.
El primer día de octubre, suele bajar al pueblo con su sombrero de paja y un rebenque para azotar a quiénes no coman en su honor
Coquena, dueño de toda la puna…Coquena es el dios bueno que protege a las
vicuñas, a los guanacos y a todos los animalitos de la montaña. Le queda grande el sombrero y como es tan pequeñito la camiseta de lana le arrastra.
Por las noches arrea su rebaño de llamas cargadas de oro y de
plata y se roba los guanacos cuando sus dueños los cargan demasiado. Tiene una manode lana, liviana y suave para acariciar, y otra mano de plomo, dura, muy dura, para castigar. Por eso
Coquena puede ser muy generoso o terrible. Por eso todos temen y respetan a Coquena. ¿Será cierto que anda por los cerros, silbando, apoyado en un largo bastón? ¿Será cierto que guía a las
cabras, a las llamas, a todos los animales que pierden el rumbo?
Cuentan que el Chango, un pastorcito indio, muy joven, que vivió en los valles de la hoy provincia de Salta, hace muchos, muchísimos años, vio una vez a Coquena. El Chango era pastor de cabras;
como eran tan pocas, ¡apenas cinco! él le llamaba “mi majadita”. Pero las cuidaba como si fueran muchísimas y siempre andaba buscándoles los mejores pastos y los arroyos de agua más clara.
Los otros pastores de la zona, viendo cuánto cuidado tenía por ellas, sabían burlarse de él, por gusto de divertirse nomás:
-¡Cuidado con la majada, Chango. -¡No vas a equivocarte al contarlas!
¿Estás seguro de que están todas, Chango?
Pero él siempre les contestaba riendo: -¡Cinco son más que una y una es más que ninguna!
Un día, los pastores que tenían majadas grandes le dijeron: -¿Por qué no vas del otro lado del Cerro Grande? Hay un río y pastos
tiernitos, tiernitos. ¡Y a montones! ¡Como para que coman “todas tus cabras”!
-Y ustedes… ¿Por qué no van? -preguntó el Chango.
Y… es que es muy lejos – dijo uno. -Y el camino muy trabajoso -dijo otro.
-¡Yo voy a ir! -dijo el Chango muy contento.
-¿Por cinco cabras? -¡Estás loco!
-¡Sí, sí, voy a ir! Aquí el pasto es muy duro y las pobres se están poniendo muy flacas.
Y se fue el Chango, cantando bajito, con sus cabras, en busca de pasto tierno. Las cuestas eran cada vez más empinadas, las rocas cada vez más duras. Y después de mucho andar por senderos
desolados y peligrosos desfiladeros, llegó, al fin, al valle. El Chango se quedó maravillado. Aquello era más hermoso de lo que nunca pudo imaginar.
Pero ¿Cómo es que nadie lo había visto antes? -¡Vaya que había sido grande! exclamó ¡Y qué verde! Aquí pueden pastar muchísimas cabras. ¡Tengo que decirles a los otros que vengan!
Las cabras brincaban locas de contentas y comieron hasta hartarse. En tanto, el Chango, sentado en el suelo, las miraba y pensaba: -¡Qué lindas que son! Cuando la negrita tenga un cabrito van a
ser seis, y seis cabras son más que cinco. Y después, a lo mejor la Manchada tiene también uno, y entonces van a ser siete, y siete cabras son más que seis. Y después…
Así pensaba cuando se dio cuenta de que ya estaba por anochecer.
-¡Bueno, golosas, ya es hora de volver a las casas! ¡Vamos! ¡Vamos!
Apenas habían empezado a andar cuando negros nubarrones cubrieron el cielo y todo se oscureció. Primero fueron unas gotas y después se desató una terrible tormenta. El viento era tan fuerte que
tenía que aferrarse a las rocas para no caer. La lluvia caía a torrentes y, para colmo, un trueno espantó a las cabras que echaron a correr por todos lados. El Chango empezó a llamarlas a gritos
pero estaban muy asustadas y cada vez se alejaban más. Trabajosamente, una a una, las fue reuniendo y las llevó a un refugio entre las rocas, para esperar que pasara la tormenta.
Cuando las contó se dio cuenta que faltaba una: -¡La negrita!-gritó.
Y salió a buscarla, desesperado, pensando que acaso se había caído por la pendiente. Tal vez se habría lastimado. -¡Negrita! ¡Negrita!
Desde lo alto del desfiladero, vio allá en el valle verde, un gran rebaño de llamas. ¡Nunca había visto tantas juntas!
Las llamas seguían su camino, y subían, subían, ordenaditas y seguras, como si alguien las guiara.
Pero ¡no vio ningún pastor con ellas!
-¡Es Coquena- pensó -es el dios enanito que las lleva. Sólo él puede hacerse invisible.
-¡Coquena! ¡Coquena! ¡Ayúdame por favor! Y empezó a correr y gritar tras el rebaño. -¡Coquena! ¡Coquena!
Pero las llamas habían desaparecido tras el desfiladero y sólo se veía el valle, ya casi oscurecido, iluminándose de tanto en tanto a la luz de los relámpagos. De pronto vio un pequeño bulto,
tirado sobre las piedras.
-¡Mi Negrita! -dijo con alegría- Pero cuando se agachó vio que no era su cabra sino una llama pequeña, y al parecer, herida.
-Debe ser del rebaño-pensó, y dijo mientras la acariciaba: -¡Pobrecita! No tengas miedo, yo voy a curarte. Pero si estás temblando… ¡y mi poncho tan mojado! Voy a llevarte con mis cabras, para
que te abriguen. Y cuando estés bien volverás con tu rebaño.
Le hablaba con la misma ternura que a su Majadita, pero cuando fue a alzarla, en vez de la llamita se apareció el mismísimo Coquena. El Chango se quedó mudo de la emoción y asombro. Tieso…con los
brazos extendidos.
Entonces habló Coquena: -Eres bueno, Changuito, muy bueno. Pide lo que deseas. ¿Quieres oro? ¿Quieres plata? ¿Quieres una majada grande, que cubra todo el valle?
-Gracias, Coquena. No quiero nada de eso…¡Por favor! Ayúdame a encontrar a mi cabrita perdida.
Al dios enanito le brillaron los ojos de contento y, señalando con su mano liviana hacia el norte, dijo: -Sigue hasta donde el desfiladero termina, dobla a la izquierda y hallarás una cueva. Todo
lo que esté junto a tu cabra, es tuyo. ¡Es la voluntad de Coquena! Y así desapareció.
En la cueva encontró el Chango a la Negrita y, junto a ella, una bolsa con monedas de oro y plata.
Ya casi amanecía cuando emprendió el regreso a las casas, con sus cinco cabras. La lluvia había cesado.
Cada tanto se daba vuelta, y allá a lo lejos, a la luz de los primeros rayos del sol, le parecía ver los lomos dorados de las llamas de Coquena
Leyenda del volcán Lanín
El volcán Lanín es un popular pico que se encuentra en el cordón de la
cordillera y está a la altura de la provincia de Neuquén, cerca de Junín de los Andes, en el departamento neuquino de Huiliches. Está justo sobre la línea que divide a la Argentina de
Chile.
El volcán está rodeado por los lagos Paimúny Huechulafquen y el Tromen. En la
cara sur del pico se pueden apreciar grandes glaciares, los
que había en la cara norte se han ido derritiendo a lo largo de los años. Todos estos accidentes geográficos forman parte del parque que toma el nombre del volcán, el Parque Nacional Lanín que
fue fundado en el mes de mayo del año 1937 con el fin de preservar la flora y la fauna que habita en la región.
Los mapuches atribuyen a cada pico de la cordillera un dueño. Un pillán. Se trata de una especie de espíritu que se encarga de resguardar los
tesoros de la naturaleza y los cuidan de los abusos que el ser humano puede cometer sobre ellos. Si bien el Pillán vive en la altura del pico, desciende a la superficie para corroborar el estado
de los caminos, la salud de los animales, el bosque, y se entretienen viéndose en los espejos de agua de los lagos y asomándose a los abismos de los valles. El peligro de hacer enojar al Pillán
es el violento viento que su ira dispara. Ese viento es tan fuerte que puede provocar peligrosas tormentas que ponen en riesgo la vida de las poblaciones que azota. Para calmar estos arranques de
furia del dios suelen ser necesarios sacrificios trágicos para los hombres.
Huanquimil era el cacique de una tribu que habitaba en uno de los valles que rodean al Lanín, el Mamuil Malal, en la ladera norte. En esa zona los
pehuelches moraban como grandes señores y peligrosos guerreros.
En una ocasión, un conjunto de jóvenes que salió a cazar, seguía el rastro de un huemul. Enfundados en un manto de valentía y con toda la
determinación necesaria para enfrentar los helados vientos de la cordillera, subían por la ladera.
En un momento, pierden el rastro del animal y uno de los de la comitiva sugiere que el bicho habíase dirigido para el lado del torrente. Asegurando
que allí lo atraparían, convenció a sus compañeros que sin dudarlo se dirigieron hacia donde indicaba, más arriba en la montaña.
El área en donde se encontraba la cascada los obligaba a ser cuidadosos con sus pasos. Se trataba de una angosta corriente de agua que descendía
desde la cima y que, cuando se encontraba con algunas ramas y piedras formaba estanques que se diseminaban por todo su recorrido.
Los muchachos de la tribu se escondieron y silenciosos esperaron la aparición del huemul. Luego de lo que pareció una eternidad, el tan esperado
animal, apareció junto al arroyo y se dispuso a calmar su sed en el agua cristalina. Los jóvenes aprestaron sus arcos y con sus flechas apuntando. Pero un ruido inesperado espantó al huemul que
salió disparando, corriendo hacia la cumbre de la montaña, escondiéndose entre los árboles.
La carrera tras la huella del ciervo se había largado. Los canes indicaban el camino que su olfato les dictaba y los hombres subían en distintas
direcciones para encerrar a la presa. Pero el huemul no se dejaba atrapar, se detenía, observaba y seguía escapando montaña arriba, que era su único camino libre. Lograron acorralarlo muy cerca
de la cumbre. Les dolían las pantorrillas y estaban cansados, no podían gritar, pero eso no era motivo para no gozar con cada cuchillada que le daban al animal el triunfo de haberlo cazado al
fin.
Cuando lograron recuperarse y tomar conciencia del lugar en el que se encontraban se dieron de bruces con un panorama desconocido, nunca habían
trepado hasta tan arriba el volcán y sintieron miedo. Decidieron bajar inmediatamente, entonces, se pusieron de pie y emprendieron el descenso, llevaban a la rastra el cuerpo del animal
muerto.
Al llegar a la aldea y antes de disponerse a trozar la presa, del volcán empezó a salir un humo todavía claro. Con el paso de las horas la humareda
se hizo más espesa y oscura. A la noche, la tribu entera sintió cómo la montaña temblaba. A la mañana siguiente el sol no se asomó, el humo había nublado el cielo, era el comienzo de una larga
época de angustia. La tierra se calentaba y temblaba, la ceniza llovía sobre los sembradíos, los mapuches atemorizados rogaban y hacían ofrendas al Pillán pero nada calmaba su furia. Para
encontrar una solución la machi se aisló en una grieta de la montaña. A su vuelta una sombra de tristeza se había instalado en su rostro. El Pillán exigía un alto precio por su calma: la vida de
la hija del cacique Huaquimil, la joven Huilefún.
La aldea complete cayó en la más profunda angustia, la joven Huelifún, tan querida por todos, era un sacrificio enorme, pero que debía cumplirse,
sino toda la tribu padecería la ira del espíritu de la montaña. El más valiente y joven de la aldea era quien debía llevarla hasta arriba.
La joven princesa resignada se dejó preparar, la ataviaron con las más lindas galas disponibles. Trenzaron su pelo y la envolvieron en un manto que
se acababa de tejer. Cuando la presentaron ante el pueblo reunido su belleza resplandecía. Ella, muy triste, observaba a los muchachos dispuestos en filas y se preguntaba cuál de todos debería
acompañarla.
Quechuán, un joven muy valiente sería el encargado de llevarla. Comenzó la despedida con el llanto desconsolado de la madre de la joven que ya tenía
el pelo cortado. Se abrazó a su hija y le colocó el mechón de pelo como símbolo del duelo. La joven saludó a su padre quien se mantenía incólume pero a quien luego se lo escuchó sollozar.
Quechuán tomó a Huilefún de la mano y emprendieron el ascenso. Aparecían y desaparecían de la vista de la tribu según los caprichos del camino hasta que ya no los vieron más.
La subida fue trabajosa. El aire estaba cargado de ceniza y se hacía difícil respirar. Debían cubrirse las caras con los mantos para protegerse.
Cuando se cansaban paraban a la vera del camino para descansar sentados sobre unas rocas. Las fuerzas de la joven se agotaron y Quechuán la cargó sobre sus hombros y la llevó hasta el
cráter.
Cuando Huilenfún bajó de los hombros de su acompañante le dijo casi sin aliento y con una tristeza que la rebalsaba que se volviera a la aldea.
Quechuán no la soltó. La tomó de la cintura y mirándola directo a los ojos le dijo que no se iría nada, que se quedaría con ella hasta el final y selló su promesa con un beso en los labios de la
princesa, ya templados por la temperatura de la cima.
Los jóvenes se sentaron abrazados, sus mantos los cubrían y los hacían uno. La espera no fue larga, una sombra los sobrevoló y un cóndor con sus
poderosas garras arrancó a la princesa de la vera del joven y valiente guerrero. La elevó por encima de las nubes de ceniza y lo próximo que se pudo ver fue el cuerpo de la joven cayendo en el
interior del cráter.
Horrorizado, Quechuán empezó a descender desesperado. Instantáneamente un viento helado abrazó a la montaña y disipó la ceniza. Nubes blancas
invadieron el cielo y comenzó a nevar. El temporal fue largo y copioso. La montaña se enfrió, el cráter quedó sepultado y su fuego, que parecía eterno, se apagó. La tierra de los mapuches había
quedado cubierta bajo un velo protector blanco.
Nunca más volvió a prenderse. Se dice que el Lanín se acostó a dormir con la princesa y su belleza lo cautivó a tal punto que está
hipnotizado
Historia de la Difunta Correa
La Difunta Correa, cuyo nombre original era Deolinda Correa, es
un personaje mítico de nuestro país, que encierra una conmovedora historia de amor y fidelidad. Luego de su muerte, se transformó en objeto de culto y devoción, y se le atribuyeron milagros. Su
santuario se encuentra en la localidad de Vallecito, provincia de San Juan, y allí es visitada cada año por miles de creyentes de todo el país y de países vecinos, que llegan para pedirle favores, cumplirle promesas o
agradecerle por la ayuda o el milagro concedido.
La historia cuenta que, allá por los años 40 o 50, mientras se vivían las lamentables luchas fraticidas entre unitarios y federales, la joven Deolinda Correa estaba casada con Baudilio Bustos, y
acababan de tener a su primer hijo. En estos tiempos de guerra y violencia, una tropa montonera pasó por San Juan para robar víviveres y reclutar hombres a la fuerza. A pesar del intento de
resistirse para no abandonar a su familia, Baudilio fue reclutado y Deolinda quedó desamparada. El Comisario del pueblo, quien deseaba a la hermosa Deolinda, aprovechó esta situación y comenzó a
perseguir y acosar a la madre y esposa desprotegida. Ella sabía que tarde o temprano sería obligada a complacer al Comisario, por lo que decidió escapar tras los pasos de su amado esposo,
llevando a su hijo en brazos. Prefirió huir por los cerros y valles desérticos, con la esperanza encontrarse algunos arrieros que la ayudaran a llegar a las bases montoneras en La Rioja, antes
que convertirse en una amante infiel.
Según cuenta la tradición oral, Deolinda por alguna razón huyó de repente, sin provisiones suficientes y a pie. Intentó seguir el camino de la tropa, a la vez que se ocultaba de una posible
persecusión, pero se perdió y deambuló por los cerros hasta llegar a Vallecito, exhausta y deshidratada. Ya sin esperanzas, se sentó e intentó amamantar a su hijo. Mientras ella moría de sed iba
alimentando a su niño, y así la encontraron los arrieros. Su hijo seguía vivo alimentándose de sus pechos, desde los cuales aún fluía la leche. Este es el primer milagro que se le atribuye a la
Difunta Correa.
Deolinda Correa murió por amor, por ser fiel a su esposo y por salvar la vida de su hijo. Aunque no es reconocida por la Iglesia Católica, se convirtió en una santa popular, la fe en sus milagros
alcanzó una inmensa magnitud y se construyeron pequeños santuarios por todo el país, donde los devotos le dejan botellas de agua como ofrenda
Leyenda Guaraní de la YERBA MATE
Yarí-í era una joven Guaraní que vivía en la Selva Misionera.
Era muy hermosa y cuidaba con amor a su padre anciano y casi ciego...él no había querido seguir la ruta de su pueblo nómade, porque no se sentía con fuerzas para un largo viaje . Les pidió a sus
hermanos que llevaran a su hija con ellos ...pero la joven se negó a abandonarlo y prometió aprender a cazar para proveer el alimento para ambos .
Muy pronto Yari-i pescaba , cazaba y recogía frutos cómo el mejor de los hombres Guaraníes...Su padre rogaba a Tupá, su dios , para que la colmara de Bendiciones...
Y así fue cómo un dia apareció en la puerta de la casa un caminante , que resultó ser ...¡ el mismísimo Tupá...! Yari-i , desconociendo su identidad , fue muy hospitalaria con él...le brindó
comida y techo donde descansar...A la mañana siguiente , antes de seguir su camino , el hombre le dijo : " Fuiste muy generosa conmigo y cuidas de tu padre con amor...por éllo te haré un regalo
especial...Haré brotar una planta nueva , que llevará tu nombre...se llamará CAA-YARI....Entonces Tupá hizo nacer la yerba mate .
Continuamos con las leyendas ... La Salamanca.
Según la leyenda la Salamanca es un lugar diabólico, donde el "supay" enseña
sus artes, donde las brujas efectúan sus reuniones tres veces por semana y donde acuden los que se inician en la práctica del maleficio o los que van a aprender toda suerte de maña, destreza o
habilidad.
A la Salamanca concurre, según la imaginación popular el famoso
cantor o guitarrero o bailarín del pago; la moza que enamora; la vieja bruja que prepara los "gualichos", la curandera, el bravo domador o cazador, el que "piala" con
destreza; el corredor de las carreras cuadreras; y todo aquel que de un modo u otro se ha destacado en la pelea, en el amor o en el trabajo.
Por lo general, la Salamanca es un lugar oculto entre los breñales, de difícil acceso, cuya entrada conduce a una cueva amplia y lóbrega. Allí se
baila, se hace música, se celebran aquelarres y orgías. Las viejas y viejos se transforman en jóvenes, los enfermos curan, la fealdad se cubre de hermosura.
Pero para entrar es preciso armarse de gran valor. Completamente desnudo, el neófito, hombre o mujer, debe introducirse a la Salamanca con un
iniciado. A la entrada de la caverna existe un Cristo "cabeza abajo" al que hay que pegar y escupir. Ya, en el recinto subterráneo, se ven los animales más
repugnantes y asquerosos: arañas peludas, sapos y escuerzos de gran tamaño, ampalaguas, víboras y umucutis, ante los cuales debe el iniciado permanecer impasible "aunque las víboras se envuelvan
en el cuerpo". Si ha podido vencer la repugnancia o el miedo que tales animales producen, es sometido a nuevas pruebas, y al final, si resulta vencedor, el neófito "puede pedir lo que quiera". En
caso contrario, se vuelve loco al salir.
Como entretenimiento, durante la reunión, se hace música con bombo, violín, guitarra y arpa; se queman cohetes de estruendo; y se celebran bacanales que duran toda
la noche.
Es creencia general que la música de la Salamanca sólo deja de sonar cuando alguien se arrima a la cueva y que los animales que pasan por cerca de ella se
"espantan" y huyen despavoridos.
El Lobizón.
La leyenda dice que el lobizón es el séptimo y último hijo de Tau y Kerana, en
quien sobrecayo la mayor maldición que pesaba sobre sus progenitores (esto último, según la Mitología Guaraní), que en las noches de luna llena de los Viernes; y/o Martes se transforma en un
“animal” que mezcla las características de un perro muy grande y un hombre (otras veces, también, mezcla las
características de un cerdo).
Para la transformación, el maldecido, comienza sintiéndose un poco mal; por ejemplo comienza sintiendo dolores y malestares, luego , presintiendo lo
que va a venir, busca la soledad de un lugar apartado, como la partes frondosas del monte, se tira al suelo y rueda tres veces de izquierda a derecha, diciendo un credo al revés. El
hombre-lobisón se levanta con la forma de un perro inmenso, de color oscuro que va del negro al marrón bayo (dependiendo del color de piel del hombre portador de “la maldición” ), ojos rojos
refulgentes como dos brasas encendidas, patas muy grandes que son una mezcla de manos humanas y patas de perro, aunque otras veces, también tienen forma de pezuñas y que despide un olor fétido,
como a podrido. Luego se levanta para vagar hasta que caiga el día. Cuando los perros notan su presencia le siguen aullando y ladrando, pero sin atacarlo, por donde vaya. Se alimenta de las de
heces de gallinas (por eso se dice que cuando el granjero ve que el gallinero está limpio, es porque el lobizón anda acechando por el lugar), cadáveres desenterrados de tumbas y de vez en cuando
come algún bebé recién nacido que no haya sido bautizado. El lobizón es reconocido porque:
Son hombres flacos y enfermizos, que desde niños, fueron personas solitarias y poco sociables
Cae siempre en cama enfermo del estómago los días después de su transformación.
El hechizado vuelve a su forma de hombre al estar en presencia de su misma sangre, así, al ser cortado, recuperará su verdadera forma. Pero se
vuelve enemigo a muerte de quien descubre su sagrado secreto y no se detendrá hasta verlo muerto
Leyenda de la Laguna de Brealito
La provincia de Salta es una región bastante misteriosa, repleta de relatos y
leyendas como la de la laguna Brealito.
En una ocasión, un fanático de la pesca que iba
muy seguido a la laguna, se acomodó para dormir esa noche a la orilla de la represa que tiene una forma tornadiza y está rodeada de montañas minerales; además, en su extremo sur se constriñe en
medio de
un callejón de rocas.
El hombre prendió su lámpara y se situó debajo de un imponente algarrobo negro, tiró la cuerda y sorprendentemente las aguas se sacudieron, apreció
un chapoteo; algo enorme se movía. La curiosidad pudo más y fue a mirar en qué consistía, precisamente en el límite entre la luz de la linterna y la penumbra, le pareció ver una imagen sombría
gigante, la cual fue efímera. Como no consiguió comprender lo que había ocurrido, resolvió tranquilizarse.
Después de un muy buen rato, se dispuso a lanzar el sedal otra vez, de pronto las aguas se sacudieron agrestemente. En plena oscuridad divisó una
figura monumental que había prorrumpido a escasos metros de él; ése monstruo era un tipo de reptil o un inmenso pejerrey, con dorso escamado.
Atemorizado, el pescador desapareció corriendo. En varias oportunidades trató de calmarse y pudo regresar a recoger sus posesiones, que estaban
absolutamente mojadas, se veían como si una ola gigantesca las hubiera tapado.
Este pescador no ha sido el único que se vio atemorizado por el gigantesco espanto, una vez unos niños quedaron impresionados con un remolino que se formó en la laguna y se aproximaba fuertemente
hacia ellos, la tromba de agua originaba un bramar que se incrementaba por las montañas rocosas que rodean la laguna. Aseveraron que alcanzaron a observar en el centro de ese espécimen salido de
la nada una forma prácticamente humana de dimensiones gigantes; tenía características de una dama tapada por un velo de agua.
Diferentes expertos han reconocido que en la laguna brealito hay como mínimo una presencia insólita que reside debajo del agua. Generalmente, raros movimientos en la laguna se repiten
frecuentemente a la hora del anochecer
Leyenda de Ansenuza
Era hermosima la diosa del agua, que habitaba en su palacio de
cristal del Mar de Ansenuza (nombre indígena de la Mar Chiquita). Pero era una deidad cruel y egoísta, pues la única ofrenda que la volvía propicia era el primer amor de los
mancebos.
Se cuenta que un día vio llegar a la costa del lago, que era entonces de aguas dulces, a un príncipe indio malherido en la guerra. Tristemente le sonrió a la diosa, lamentando no poder sobrevivir
para admirarla.
Ella quedó suspensa como sacudida por los rayos cósmicos, por vez primera el embeleso del amor conmovió su alma. Pero pronto sucumbió a la desesperación al comprender el destino de su
amado.
El cristalino espejo del agua se convulsionó. Un trueno como un largo lamento estremeció el cielo y las nubes lloraron con su diosa. El mar se convirtió en un furioso caos durante un día y una
noche.
Al amanecer, el joven se encontró en la playa. Sus heridas habían sido cicatrizadas y al abrir sus ojos vio la increíble transformación que se había obrado en la naturaleza. La playa era blanca y
las aguas se habían vuelto turbias y saladas.
Atónito el joven, como en niebla rasgada por un tenue rayo de sol recordó a la hermosa mujer que le acariciaba cuando se le iban cerrando los ojos.
Ahora se sentía sano y sus nervios tensos estaban sedientos de algo.
Comenzó a avanzar por el agua, alejándose cada vez más de la costa como si un imperativo lo impulsara. Cuando el agua llegó a su cintura comenzó a nadar. A nadar?... No, no nadaba, flotaba
simplemente.
Era como si unos brazos femeninos, con dulzura, penetrándole por la piel bronceada le acariciara el alma. Y siguió nadando, hasta que un tenue rayo rosado del amanecer lo fue transformando en el
frágil flamenco, guardián eterno del amor de la diosa del mar.
Desde entonces las aguas de Mar de Ansenuza son curativas.
Amorosamente curativas.
La Leyenda de la Flor del Ceibo
Según cuenta la leyenda la flor del ceibo nació cuando Anahí fue condenada a
morir en la hoguera, después de un cruento combate entre su tribu y los guaraníes.
Por entre los árboles de la selva nativa corría Anahí. Conocía todos los
rincones de la espesura, todos los pájaros que la poblaban, todas las flores. Amaba con pasión aquel suelo silvestre que bañaba las aguas oscuras del río
Barroso. Y Anahí cantaba feliz en sus bosques, con una voz dulcísima, en tanto callaban los pájaros para escucharla. Subía al cielo la voz de la indiecita, y el rumor del río que iba a perderse
en las islas hasta desembocar en el ancho estuario, la acompañaba.
Nadie recordaba entonces que Anahí tenía un rostro poco agraciado, ¡tanta era la belleza de su canto!.
Pero un día resonó en la selva un rumor más violento que el del río, más poderoso que el de las cataratas que allá hacia el norte estremecían el
aire. Retumbó en la espesura el ruido de las armas y hombres extraños de piel blanca remontaron las aguas y se internaron en la selva. La tribu de Anahí se defendió contra los invasores. Ella,
junto a los suyos, luchó contra el más bravo.
Nadie hubiera sospechado tanta fiereza en su cuerpecito moreno, tan pequeño. Vio caer a sus seres queridos y esto le dio fuerzas para seguir
luchando, para tratar de impedir que aquellos extranjeros se adueñaran de su selva, de sus pájaros, de su río.
Un día, en el momento en que Anahí se disponía a volver a su refugio, fue apresada por dos soldados enemigos. Inútiles fueron sus esfuerzos por
librarse aunque era ágil.
La llevaron al campamento y la ataron a un poste, para impedir que huyera. Pero Anahí, con maña natural, rompió sus ligaduras, y valiéndose de la
oscuridad de la noche, logró dar muerte al centinela. Después intentó buscar un escondite entre sus árboles amados, pero no pudo llegar muy lejos. Sus enemigos la persiguieron y la pequeña Anahí
volvió a caer en sus manos.
La juzgaron con severidad: Anahí, culpable de haber matado a un soldado, debía morir en la hoguera. Y la sentencia se cumplió. La indiecita fue
atada a un árbol de anchas hojas y a sus pies apilaron leña, a la que dieron fuego. las llamas subieron rápidamente envolviendo el tronco del árbol y el frágil cuerpo de Anahí, que pareció
también una roja llamarada.
Ante el asombro de los que contemplaban la escena, Anahí comenzó de pronto a cantar. Era como una invocación a su selva, a su tierra, a la que
entregaba su corazón antes de morir. Su voz dulcísima estremeció a la noche, y la luz del nuevo día pareció responder a su llamada.
Con los primeros rayos del sol, se apagaron las llamas que envolvían Anahí. Entonces, los rudos soldados que la habían sentenciado quedaron mudos y
paralizados. El cuerpo moreno de la indiecita se había transformado en un manojo de flores rojas como las llamas que la envolvieron, hermosas como no había sido nunca la pequeña, maravillosas
como su corazón apasionadamente enamorado de su tierra, adornando el árbol que la había sostenido.
Así nació el ceibo, la rara flor encarnada que ilumina los bosques de la mesopotamia argentina. La flor del ceibo que encarna el alma pura y altiva
de una raza que ya no existe.
Fue declarada Flor Nacional Argentina, por el 23 de diciembre de 1942. Su color rojo escarlata es el símbolo de la fecundidad en este
país.